Posteado por: pedrock | 8 octubre 2010

Emigrar no significa abandonar tu país

Mi último artículo, publicado en El País, 1/10/2010:

Soy un joven español de 33 años, con un currículo tan bien surtido como la mayoría de los que se exponen en estas páginas (Ingeniero en Telecos, doctorado en procesado de imagen, máster en Gestión, trilingüe…). La empresa en la que trabajaba me echó por quiebra el 23 de diciembre del año pasado. Tres meses más tarde firmaba un nuevo contrato, indefinido, de 38 horas a la semana y con un sueldo un 15% más elevado que el anterior (que ya de por sí no me pagaba nada mal). ¿Sorprendente, verdad? Ah, se me olvidó precisar que no vivo en España, sino en Bélgica.

No, no escribo por echar sal en la herida, ni por pavonearme, sino para transmitir un humilde toque de esperanza. Me sorprende en efecto ese enfoque amargo y pesimista que se le está dando al hecho de que muchos de los jóvenes españoles, cualificados, formados y experimentados quieran marcharse fuera de España a probar suerte. Como si lo que se viviera ahora, esa «fuga de cerebros», fuera un estigma en nuestro honor patrio, como si España valiera mucho más que todos esos demás países abocados a la emigración de sus jóvenes, como si hubiéramos vuelto a la época más negra de la emigración española de los años 50. Como si los que se marchan España los perdiera para siempre.

Ese es un enfoque que denota el sutil hermetismo y el muy sutil egocentrismo que siempre se ha vivido en España («Spain is diferent«, «Aquí se vive como en ninguna parte», etc.).

Que a nadie le dé vergüenza emigrar, emigrar no significa abandonar su país, solo significa abrirse a otro, enriquecerse con la diferencia de los demás.

Leí en una de las cartas publicadas el comentario de una joven, triste por estar «contribuyendo a una economía que no es la suya». Me gustaría responderle que lo que cuenta es su felicidad, su formación, su enriquecimiento, que el «contribuir a una economía que no es la suya» es el precio que tiene que pagar a esa economía extranjera por formarla y acogerla cuando peor lo está pasando. Que mejor será contribuir donde sea, que deprimirse en su propio país. Y sobre todo, que ningún viaje al extranjero es irrevocable, que la vuelta siempre es posible.

No tengáis miedo, estos jóvenes que hoy se marchan se han criado en España, lo llevan en las venas, y volverán. Volverán crecidos y más fuertes, pero sobre todo volverán cuando España sea de nuevo capaz de acogerlos, hacerlos felices, e integrarlos en su tejido socio-económico. Una época que estoy convencido no será dentro de demasiado tiempo.

Quizás no sea a fin de cuentas algo tan malo lo que nos ocurre: esos jóvenes emigrantes, que volverán a España cuando las cosas vayan mejor dentro de 3, 5 ó 10 años, también volverán más cosmopolitas, más europeos, más abiertos, más políglotas y más tolerantes. Unos valores que siempre le vendrán muy bien a España.

Artículo de El País edificante, que recoge las opiniones del ex-relator de la ONU (sobre independencia de magistrados y abogados) a propósito de la imputacion del Juez Baltasar Garzon por el supremo.

Un juez no puede ser procesado por abrir una investigación sobre violaciones de derechos humanos, respaldada plenamente por el derecho internacional.

[…]

Si lo de España, a través del caso Garzón, termina mal, muchas dictaduras van a sentirse liberadas del peso jurídico y moral que ha significado la presión internacional para que se investiguen esos delitos.

El artículo íntegro, pinchando aquí.

Posteado por: pedrock | 20 abril 2010

¿Podemos vivir sin aviones?

Hace ya unos años que ecologistas, políticos, científicos y algún que otro cineasta nos intentan convencer de que tenemos que cambiar nuestros hábitos de consumo si queremos poder legar a nuestros nietos un lugar donde poder crecer sin miedo a la sed, el hambre, la malaria o las guerras civiles. Y da la casualidad de que hace unos meses que parece que la Tierra haya empezado a arrascarse como si algún parásito (nosotros) le molestara. Y ya que a nosotros siempre nos cuesta mucho el poner en marcha planes efectivos sin antes darle demasiadas vueltas al asunto parece también que ha decidido (Ella) poner a prueba nuestro propios discursos ecologistas, sin remilgos ni  tiempos de adaptación ni planes B. Ha tosido, y todos nuestros aviones se han parado.

Queremos cambiar nuestros hábistos, y los transportes en avión son una de las fuentes de consumo de energía y polución más importantes, pero, además de discursos ¿tenemos o realmente queremos alguna otra alternativa?’ Al ver a personas capaces de pagar 2000€ por un taxi Madrid – Paris, o las colas y el caos en estaciones de autobuses y trenes, la respuesta está clara : no tenemos ninguna alternativa, ni parece que tengamos ganas de crearla.

El tren de alta velocidad nació en Europa, tenemos el mayor número de kilómetros de trenes de alta velocidad (sumando esfuerzos nacionales) y los Estados Unidos ya han puesta en marcha los primeros estudios para copiar nuestra buenas ideas y crear una red eficaz de trenes de alta velocidad en su suelo.

En Europa las diferencias nacionales en la red ferroviaria son múltiples y numerosas (la mayoría técnicas) pero lo que está en juego es mucho más importante: la disminución drástica en el consumo de energías fósiles y de emisiones de CO2, una cohesión Europea adicional al disminuir lo que llaman las distancias percibidas entre países, pero sobre todo el demostrar que tenemos la voluntad (o como dicen los francófonos : «le courage politique») y la coherencia del que pone en marcha las soluciones reclamadas por sus propios discuros.

Mientras no tengamos una red ferroviaria europea eficaz (es decir -sobre todo- homogenea), mucho me temo que nuestros discursos ecologistas no tengan toda la credibilidad que pudieran tener o que sigamos padeciendo parálisis a nivel continental cada vez que un volcan se ponga a toser.

Posteado por: pedrock | 24 marzo 2010

Preguntas democráticas

Debe de ser el ambiente electoral(ista) que se propaga últimamente a lo largo y ancho de nuestro continente que hace que me germinen preguntas varias en cuanto al proceso democrático vigente. Por ejemplo:

¿Cómo se puede votar en masa a alguien (pongamos por ejemplo a Sarkozy, «mon petit Napoleón», como le llama cariñosamente su mujer) hace dos años y votar a su(s) adversario(s) ahora, a modo de voto sanción? Independientemente de lo que haya sido la gestión du petit Napoleón, y queriendo aún menos hacerle una apología, este voto sanción me hace pensar que (por muy paternalista y elitista que pueda sonar) la mayoría de la población no ha entendido para qué sirve la política, o las elecciones. Hace por ejemplo que me acuerde del comentario que me decía medio en broma un amigo: los que votan a los ecologistas en unas elecciones y dejan de votarles en las siguientes no han entendido lo que significa  el «desarrollo sostenible». Es decir: ¿cómo se puede pedir a un partido que haga política a largo plazo si les quitamos nuestro apoyo a la primera de cambio? ¿Cómo podemos pedir a los partidos que dejen de ser populistas con medidas-parche demagógicas a corto plazo si luego somos nosotros mismos, los electores, los que tenemos votos a corto plazo, y que damos bandazos ideológicos, como el que cambia de panadería ? Y estas preguntas me llevaban a otra, más general:

Con el sistema democrático vigente, ¿es posible llevar a cabo reformas de largo alcance, que sean coerentes pero anti-populares? Ahí está Obama para probarnos que sí (sí se puede), aunque dicha teoría se verificaría unicamente si sale reelegido en las próximas elecciones.

Horrorizado por los resultados de la extrema derecha en Francia, a la vez que por si acaso horrorizándome ya por adelantado de los próximos resultados de la extrema derecha italiana, me vuelve a salir a flote esta otra pregunta, que al vivir en un país donde el voto es obligatorio (Bélgica) me hago a cada resultado de elección, sea esta regional o «federal» (como dicen por estos lares):

¿Sería el voto obligatorio una solución para luchar contra los partidos populistas-demagógicos-extremistas, o a la inversa los fomentaría aún más? Haciendo un esfuerzo momentáneo de sociología, me pregunto, el hecho de que a alguien le obliguen a levantarse de delante del televisor, o hacer pausa en la videoconsola, a coger media hora de bus o metro y encerrarse en la intimidad de la cabina electoral, ¿qué fomenta más?:

a) ¿el que hagamos el esfuerzo para comparar programas y forjarnos una opinión de la ideología de cada partido y sus presumibles consecuencias ? ¿que ya que hemos hecho el esfuerzo de salir de casa nos preguntemos aunque solo sea una vez «quién quiero realmente que me gobierne»?

o por el contrario b) ¿Que todos los que no tenían ni la más mínima intención de votar lo hagan finalmente por el partido que más facilmente les ha ‘gustado’, es decir, aquél que tenga el discurso más asimilable, digerible, la sonrisa más Profiden, los candidatos más seductores?

Y todo lo que precede me lleva a la conclusión final, y que puede también ser una respuesta a la que muchos se hacen, como yo, últimamente (¿cómo minimizar el impacto de los partidos extremístico-populistas?):

Por mucho derecho universal que sea el sufragio, parece que hayamos acabado por olvidar (los ciudadanos, pero también los políticos) que para que se pueda llevar a cabo de manera constructiva y plena, ese derecho también implica un deber: no es algo que se pueda hacerse sin un mínimo esfuerzo personal. Y ese esfuerzo personal debe de fomentarse, por supuesto, desde la infancia. Vamos, que con menos clases de religión y más de educación cívica y democrática igual conseguiríamos dejar a la extrema derecha sin peso alguno…

Posteado por: pedrock | 24 febrero 2010

¿Para cuando una Europa xenófila?

Si el mal del racismo se quedase confinado al nivel popular, a la conversación de bar o la grada ultra, no sería un problema tan alarmante. Sin embargo, cuando dicha plaga consigue contagiar la política, algo va mal. Y cuando se traslada de los partidos de la ultraderecha más demagógica (para quienes las gradas ultras y las conversaciones de bar representan su base, su ejército) a Gobiernos en funciones autodenominados de «centro”, la Europa de la Declaración de los Derechos Humanos va por mal camino.

En Francia, el debate de «l’identité nationale» sigue dando mucho de que hablar, generando rechazo hasta en las filas del Gobierno. Sin embargo la derecha al poder ha advertido que no iba a ceder, que seguiría adelante con ese proyecto que ha ofrecido a los medios muchas declaraciones a menudo racistas, o cuando menos bastante torpes («yo lo que quiero es que los musulmanes que viven en Francia dejen de llevar la gorra al revés«, decía nada menos que la Ministra para la Familia y la Solidaridad).
En Italia, donde la mayoría sigue riendo las gracias de mal gusto del “centrista” Berlusconi sobre sus amigos “morenos”, y donde este último no puede gobernar sin el apoyo del partido declaradamente xenófobo de la Liga del Norte, una ley acaba de aprobar el uso del DNI por puntos para los extranjeros. Con ese carnet, a los 30 puntos se consigue la nacionalidad italiana, con 0 puntos se es expulsado.

Son dos contextos muy distintos: en Francia la extrema derecha cada vez tiene menos poder y la estrategia de dirección, el ‘‘Business Plan’’ del país está dirigido en solitario por un Nicolás Sarkozy omnipresente, omnipotente, sin oposición, y que nunca ha intentado camuflar su patriotismo old school ni su visión elitista de La France.
Italia por su parte es un país que no ha sabido aprender las lecciones de la Segunda Guerra Mundial, lo que le permite vivir sin complejos bañada en las ondas monopolísticas, reaccionarias y rancias de Berlusconi.

De las gradas a los partidos extremistas, de los partidos de ultraderecha a los partidos centristas de Italia y Francia. ¿Donde se acabará esta mancha de aceite?

En una Europa que envejece, en un continente en el que la tasa de natalidad se ve dopada hacia niveles aceptables gracias a la fecundidad inmigrante, donde éstos siguen haciendo los trabajos más duros, trabajos a menudo rechazados por los autóctonos, y que aún así siguen siendo los peor pagados, ¿cómo es posible que siga habiendo tal rechazo hacia la población inmigrante? Aunque sólo sea por egoísmo financiero, ¿por qué Europa sigue sin condenar estas leyes nacionales? ¿Por qué sigue siendo de facto tan xenófoba?

Posteado por: pedrock | 21 febrero 2010

Los dedos de Aznar

Hasta ahora Jose María Aznar nos había acostumbrado a una amplia gama de dedos:

Cansados

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Dobles

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Desafiantes

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ppPaternalistas

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De piedra

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Seductores

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Pedagógicos

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¡pero a su lado más UltrasSur no estábamos acostumbrados!

Posteado por: pedrock | 20 febrero 2010

El caballo de Troya de Zapatero

No explotarás al jornalero pobre y necesitado, ya sea uno de tus compatriotas, o un extranjero que vive en alguna de las ciudades de tu país. Págale su jornal ese mismo día, antes que se ponga el sol, porque está necesitado, y su vida depende de su jornal»

Así les habló ayer Rodríguez Zapatero a los hombres más poderosos de nuestro planeta.

Una elección que como cabía suponer para un agnóstico declarado está a años luz de la mística (por no decir del cristianismo rancio) a la que dicha audiencia está acostumbrada, pero que ha servido además de caballo de Troya para dejar escapar una reivindicación de su modelo social a la vez que una (no tan) sutil crítica al sistema laboral americano.

A muchos parados españoles (y a la oposición en su conjunto) ese versículo en boca del Presidente del Gobierno, el de un país en el que el 18% de su población está en el paro, les ha parecido el colmo de la hipocresía. Quizás sea porque no han reparado en el contexto en el que Zapatero lo pronunció.
No era una bandera roja y gualda la que se veía detrás del Presidente, sino el escudo americano. No eran periodistas de El País o el ABC los que le escuchaban, sino las cámaras de la FOX y senadores de los Estados Unidos. No era un país donde todos sus ancianos están cubiertos por pensiones y programas de salud (y donde todos los sindicatos han prometido el apocalipsis y algo más si Zapatero se atreviera aunque solo fuese a discutir un poquito la posibilidad de quizás algún día preveer la opción de alargar unos años la edad de jubilación), sino uno en el que la mayoría de las personas de más de 70 años se ve obligada a seguir activos para poder beneficiar de la cobertura social que les aporta su trabajo. No es un país donde los inactivos puedan cobrar el paro a menudo durante más de 2 años, sino donde los ‘‘jornaleros’’ mexicanos siguen llamándose así, jornaleros, porque la flexibilidad de ese mercado laboral permite que se les pueda llamar para trabajar un día sí y otro no.

Un ejercicio sobresaliente pues de diplomacia y reivindicación encubierta.

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